lunes, 10 de septiembre de 2007

El visitante 4ta noche

4ta noche

Ya caía la noche en la espesa selva Colombiana cuando el insurgente Carlos Montoya prefirió irse a dormir antes de seguir jugando a las cartas con sus compañeros de campamento. No estaba de humor para eso, el día anterior había visto morir a uno de los mejores soldados que la causa había conocido. El resultado de aquella misión había sido exitoso, pero la imagen de su rostro ensangrentado lo turbó. En parte tenía miedo de que esa imagen se repitiese en sus sueños. Al quedar dormido, Carlos se encontró de pie frente a una multitud de personas que desesperadamente intentaban entrar en una enorme torre. Gigantesca, ominosa; de piedra gris, húmeda, perdiéndose en la altura. Los que querían entrar eran miles y no tenían ninguna consideración por los demás.
Sin siquiera dudar Carlos vio a su lado a la azul llamarada viviente, Grimereth, el avatar de la esperanza, que le devolvía la mirada.
-En la cima de esa torre se encuentra la persona que lo va a ayudar- Dijo La llamarada.
-¿Dónde estamos?- preguntó el guerrillero mientras caminaban hacia la torre.
-Esto es Bangladesh, no la Bangladesh de tu mundo, otra más mágica aún. Y nos dirigimos hacia el que nos va a decir donde esta tu amiga- decía Grimereth ya sin mirarlo -¿Y quién es ese?- dudó Carlos,- Se llama Daguera y es el mago personal del Rey...-
La entrada estaba cubierta por dos cancerberos inmensos, pero la sola presencia de Grimereth hizo que estos se apartaran con una reverencia torpe y ridícula.
Una vez dentro Grimereth guió a Carlos Montoya por una serie de complicados giros a través de varios pasillos y finalmente por una escalera que parecía no tener fin. Carlos lo seguía maravillado por el interior del edificio. Decorado con las más finísimas obras de arte que sus ojos jamás vieron, muchas que hasta escapaban al potencial de su imaginación.
Tras subir eternamente por la escalera, llegaron a una puerta, era muy pequeña, tanto que tendrían que agacharse para poder pasar del otro lado.
Con un movimiento de su mano, Grimereth abrió la puerta sin tocarla. Una luz blanquecina inundó la escalera cegando a Carlos. Con los ojos doliéndole, Carlos atravesó el umbral.
Tardó un poco en acostumbrarse al resplandor de la habitación. Era inmensa, llena de estanterías llenas de libros, con mesas cubiertas de los más variados objetos, Carlos pudo reconocer algunos, eran objetos usados por las brujas de los pueblos, pero la mayoría le resultaban desconocidos, aunque sospechaba que tenían la misma utilidad. Pero lo mas importante de la enorme habitación, eran unos imponentes ventanales desde donde podía verse toda la ciudad, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
Una voz rugió desde los ventanales. -¡Los estaba esperando, y mi respuesta es: No!-
-Ese es Daguera- dijo Grimereth apenas mirando a Carlos -Es raro Daguera, nunca te vi tan molesto – El avatar de la esperanza avanzó hacía una figura que lo esperaba molesto en otra parte de la habitación. -No menciones tiempos pasados, ya sé que vinieron a pedirme que haga, y para que lo sepan, ¡No liberaré a la niña!- El que hablaba era un hombre maduro, pero de edad indefinible, con larga barba blanca, que etéreamente se posaba sobre un ostentoso traje de seda bordada.
Aún maravillado Carlos tomó irónicamente la palabra -¿Este es el que nos ayudaría?
Al escuchar estas palabras Daguera se volvió hacia el ventanal y gritó -¡INSOLENTE!- y con una señal con sus dedos Carlos cayó al piso, victima de una fuerza invisible, su garganta cerrada por una fuerza que no lo dejaba respirar ni moverse.
–Ya es suficiente Daguera- Dijo Grimereth desafiante, pero sin perder la compostura. Carlos sintió como la fuerza disminuía hasta desaparecer. Pero todavía estaba muy débil como para reincorporarse.
-El no sabe nada de tu estatus ni de quien eres- Carlos escuchaba a Grimereth tomar un todo de confianza con el mago.
-Entonces que abra los oídos porque solo lo diré una vez- Daguera miró a Carlos, mientras este tomaba fuerzas para ponerse de pie. Soy el gran mago de la onceava dinastía, Daguera Colosdem, ¡Y no toleraré la insolencia de un visitante cualquiera!- La voz era cavernosa, gutural, quedaba claro, para Carlos, que en ese lugar de nada valía su voluntad ni su espíritu de lucha. Carlos sabía que estaba a merced del mago.
– Y no importa quien lo acompañe- Con esa última frace miro de reojo a Grimereth que simplemente se limitó a sonreír complaciente.
Carlos pudo ponerse finalmente ponerse de pie permaneciendo en silencio, recuperándose poco a poco del ataque de Daguera, insultándolo en su interior.
Grimereth se dirigió al Mago en tono amigable, enredándolo con sus palabras -Pareces muy seguro cuando dices que no nos ayudaras- -Es una decisión tomada- Daguera parecía no querer caer en el plan del Avatar. -¿Entonces si no hay esperanza de recibir tú ayuda, por que es que estoy yo aquí?-Daguera permaneció en silencio, buscando una respuesta en su interior, sin querer admitir su inminente derrota. Finalmente dijo - No voy a darles mi ayuda, solamente por el hecho de que fui yo quien pidió al rey Cahzzaro la captura de la niña- Carlos palideció, en su interior una corriente de ira crecía, pero la experiencia de aquella fuerza atenazando su garganta fue suficiente para que mantuviera la compostura.
Como si hubiera leído su mente, Daguera habló –Veo que el muchacho aprendió modales, es una lastima, me hubiera gustado mostrarle algo mas de mis habilidades- Carlos no escuchó el reto del mago, fue Grimereth el que tomó la palabra –Nunca me hubiera imaginado verte con tanto enojo dentro del alma, debe haber sido muy grave lo que esa niña hizo como para que estés así- La mente del mago pareció perder la batalla contra el Avatar de la esperanza. Daguera luchaba por seguir enojado, por no dejarse llevar por la llama viviente -Esa ladrona, esa pequeña ¡Ladrona...!- Daguera continuó hablándole únicamente a Grimereth, su voz era la de un trueno –Aun no se como lo logró pero pudo pasar a través de mis guardias, entró en mi estudió privado, ahí donde nadie puede entrar- una inhumana luminosidad brillaba en los ojos del mago que parecía cambiar con sus emociones –...Y tomó un objeto, uno de mis libros más preciados- la luminosidad de sus ojos se apagó y volvió a tener el tono cavernoso en su hablar. Su rostro pareció más sombrío que nunca –Por ese crimen no tuve más opción que enviarla al laberinto de Blaathoga...-

Carlos se sorprendido, al escuchar aquel nombre una sensación de frío recorrió su espalda. En ese momento abrió los ojos y descubrió que no veía la habitación del mago sino un precario techo de madera. Había despertado y un instante después olvidó por completo lo que estaba soñando. No le importó, él era un hombre práctico, y no podía darse el lujo de perder el tiempo con cosas tan intrascendentes como soñar.

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