martes, 27 de marzo de 2012

Eulogy

Pienso en Michael Focault; Pienso en María Moreno; Pienso en los sujetos y el poder; Pienso a modo de oración.

Asaltan mi imaginación varias cosas mientras pienso en escribir este texto. Desde esa aparentemente imposible empresa que domina mis pensamientos mientras miro carilla en blanco, hasta el alivio que sentiré cuando coloque el punto final. Y en el medio la dominación, el consenso, las estrategias de rebelión, un barrio y dos tragedias evitables.

Michael Focault escribe un texto entero sin mencionar a Gramsci, y sin embargo es un texto terriblemente gramsciano. No solamente por este juego entre dominación y consenso, sino también por esa retórica de estrategia de la guerra que tanto me recuerda a los cuadernos de la cárcel. Claro, el gran Antonio escribió en un contexto muy distinto, al contexto del no menor Michael, pero sin embargo no puedo quitarme de la cabeza la idea de que al menos merecía una mención. Al menos, en los años que llevo de cursada, el texto del francés es el que mejor describe todo lo que comprendí del italiano. La “hegemonía”, palabra tan libremente utilizada últimamente que corre el riesgo de vaciarse de sentido, no es otra cosa que la suma de la coerción y el consentimiento. La amenaza física que solo aparece cuando la gente deja de considerar que la dominación a la que se ve sometida es algo positivo y justificado. Claramente los usuarios del Sarmiento no ven la dominación, consienten viajar como ganado día a día, porque simplemente es la menos mala de las opciones que tienen de transporte (si es que realmente tienen otra opción). Fui usuario de esa línea por mas de una década, los horarios pico convertían cualquier viaje en un padecimiento cotidiano, pro realmente muy pocas veces los usuarios hicimos algo para demostrar nuestro descontento. El incendio de la estación de Haedo, a solo seis cuadras de la que era mi casa, en el 2005 es uno de los pocos ejemplos de esto. La mayoría de las veces es la propia gente la que se coerciona entre sí, la que se autorregula sin que sea necesario que la fuerza pública intervenga. Saben que cualquier acción contra los coches repercutiría en una llegada tarde y la pérdida del presentismo en el mejor de los casos.

La vida cotidiana nos adormece, entramos a los trenes con sueño, pensando que este viaje es solo un feo momento de una pesadilla que, si nadie hace nada fuera de lo común, pronto va a terminar. Y al regreso, tomamos el viaje con el cansancio de un día entero a cuestas, sin siquiera las fuerzas para defendernos de ese atropello cotidiano.

Y así pasan los días, entre la indiferencia devenida desidia que directamente bordea el insulto de quienes deberían actuar para evitar que esto pase y prefieren mirar a otro lado. Hasta el día anterior al accidente la línea Sarmiento era la línea que mas denuncias recibía diariamente, inclusive mas que la línea San Martín antes de que se le quitara la licencia a su anterior administrador, pero negocios son negocios y los usuarios no son mas que víctimas colaterales; como los nativos del norte de nuestro país, olvidados por tantos gobiernos a fuerza de los millones que hacen los terratenientes con la mano de obra regalada que les significan. O los pobres diablos que descubrieron que sus antepasados eligieron vivir en un territorio donde circunstancialmente hoy es rentable plantar soja, o demoler montañas enteras.

Empecé este texto diciendo que Gramsci y Focault habían escrito en contextos diferentes, por eso las categorías a las que uno y otro hacen referencia no son idénticas. Hoy el contexto también es otro, la “hegemonía” está licuada, hay un Boca-River constante, en casi todos los órdenes de la vida, que disipa energías, obliga a tomar partido en una disputa interminable haciendo que nos olvidemos que estas “banderas” que tomamos como propias son en realidad construcciones, que nuestra verdadera individualidad pasa por otro lado. Este bombardeo constante nos quita las ganas de apagar el murmullo de la autoafirmación por un momento, tomar aire, y ver que cosas son las que realmente importan.

jueves, 8 de marzo de 2012

Publicidad fraudulenta

Es hora de que alguién lo diga: Internet es una gran mentira. No va a solucionarnos la vida, ni a cumplir nuestros deseos. A lo sumo podemos encontrar videos o fotos de gente haciendo cosas parecidas a las que nosotros soñamos, pero nada más.

Buuuuuuuuuu, Internet mala. Vaya al rincón y no de ahí no sale hasta que esté lista para pedir disculpas...

lunes, 5 de marzo de 2012

¿Nos vemos a la vuelta.

Mientras viajaba en el colectivo leyendo un grueso libro, Juan pensaba en revisar su buzón apenas llegase a su casa. "¿Nos vemos a la vuelta.", leyó, y la falta del signo que cerrara la interrogación le pareció a Juan no un descuido, sino una rendija en una puerta que no quería cerrarse.
Hubo una vez una carta para un hombre llamado Juan, que soñaba con viajar -la carta, por supuesto-. La caligrafía era cuidada, de letras pequeñas y redondeadas, lo que daba a suponer que la autora de la carta infame era una mujer. Entonces dejó caer el sobre en un rincón y enfrentó la última puerta de aquel pasillo gris sin querer mirar
No tuvo otra opción mas que tragar saliva y anudar su estómago lleno de furia ya que a pesar de su diminuta estatura el enano era mucho mejor peleador que él: con el enano Alejandro siempre habían sido como hermanos, y fue por eso que le sorprendió encontrarlo con su novia en pleno acto de traición.
Alejandro sonrió, la levantó por los talones desnudos con sus gruesas y curtidas y olorosas manos de leñador, como lo había hecho tantas veces en el crepúsculo del día y en el de la noche, la hizo girar como una pelota sobre la palma de su mano derecha con la gracia de un jugador de baloncesto de los Harlem Globetrotters, mientras le daba impulso suavemente con la izquierda, y ella giraba y giraba y hacía equilibrio apoyando sólo un dedo gordo y estirando los brazos a los lados como Kate Winslet en la proa del Titanic, y reía primero con los labios apretados, después con risitas contagiosas, y al final soltaba unas risotadas profundas que le helaron su propia sangre y le hicieron pensar, justo antes de que Alejandro la arrojara bocarriba sobre la cama, en los mismos silbos anaranjados y en los mismos globos invisibles en los que pensó Amaranta Úrsula, en las páginas de Cien años de soledad, antes de que le salieran los chillidos de gata que le estaban desgarrando las entrañas. Entonces le dijo despacio al oído, con voz pervertida: nos vemos en sueños.
Ducha rápida, sin canto y sin shampoo... le quedó un poco de jabón en el pelo que usó para peinarse. Miró al enano sentado en el sillón del cuarto de huéspedes, ambos se despidieron con la mirada, ya no había nada más para decirse luego de aquella noche apasionada. Apagó la luz, salieron, y cerró la puerta con llave sabiendo que su hogar ya no estaría ahí nunca más.
Camino de la estación se preguntó, si era eso lo que realmente quería, poner distancia entre su obsesión y él. No estaba seguro de si era una simple huida, ante el compromiso que no deseaba atender, o simplemente la búsqueda de la libertad en otra estación. Allí estaba ella, con aquel vestido que se pegaba a su cuerpo como un tatuaje.
- Me quedan bien estas botas - dijo con voz de niña maldita, quizás preguntó. Sólo un comentario...
Le dio asco notar que aquél era el cigarrillo más triste de su vida. Unos minutos antes camino a la estación, tomó la decisión… la iba a dejar. Odiaba ése lugar, las personas y todo lo que había sucedido allí. Hasta ese punto sin retorno había llegado, sin saber cómo ni por qué. No se podía creer que todo se volviera a repetir.
Se despidió de su amante con un beso apasionado. Y sin mirar para atrás, Juan se subió al tren.