jueves, 6 de noviembre de 2014

En el bondi el domingo.

Es preferible equivocarse de chico, cuando uno todavía es capaz de ver los propios errores con mayor facilidad, que equivocarse ya de grande cuando el orgullo hace que sea mucho mas difícil arrepentirse.

jueves, 28 de agosto de 2014

Lo que estuve leyendo este verano..

-Eso es lo malo de las palabras (...) Siempre nos fuerzan a sentirnos iluminados pero cuando damos la vuelta para encarar al mundo siempre nos fallan y terminamos encarando al mundo como lo hemos hecho siempre, sin iluminación.-

Don Juan a Castaneda


viernes, 7 de marzo de 2014

El ego es todo para la gran mayoría de la gente. Ni siquiera pude encontrar la manera de 

no dejarme llevar por eso todavía.
 
El tema es que cuanto uno mas vive mas se aferra a lo que vivió. Con el tiempo las 

experiencias, y las ideas, se vuelven tan parte nuestra que nos creemos que son algo que 

necesitamos para seguir viviendo. Es muy de valientes animarse a descartar todo lo que se 

da por sentado, eso sería exponerse no solo a la vulnerabilidad, sino  también a descubrir 

haber estado equivocado.

sábado, 15 de febrero de 2014

El fin de una era.

Recuerdo haber leído en mi primer año de facultad, cursando el primer Taller de Expresión escrita, un texto donde se refería a la estructura de las policiales. En el texto se decía que de todas las formulas posibles, la única estructura narrativa que aún no había sido explorada era la que tiene al lector como el asesino. Hay mayordomos asesinos, esposas, socios, hasta investigadores que se revelan como culpables del crimen que deberían desenmascarar. Incluso el autor de la obra puede ser el autor de las fechorías, pero nunca el lector fue el culpable.
Así que relajate, no tenés motivos para preocuparte, nadie sospecha de vos.

miércoles, 12 de febrero de 2014

La toma de la Casa

Tomar el sótano fue fácil, los informes de inteligencia estaban acertados y no tuvimos ningún tipo de problemas con los locales. La cabeza de playa fue de madrugada, a las 5200 horas. Estuvimos trabajando en el máximo silencio y, según lo previsto, concluimos los operativos a las 13000. Sin embargo el coronel había decidido dejar pasar algunas horas por cautela. El coronel siempre fue incapaz de exponer a su tropa a riesgos innecesarios.
Comenzamos la segunda fase a las 19300 horas. Fueron momentos tensos, teníamos que cubrir terreno y asegurarlo, pero sin alertar a los locales, y rogando que los encargados de la inteligencia no hubiesen descuidado ningún detalle. A las 20000 horas, ante nuestra indiscutible superioridad, los locales se atrincheraron en la última sección de la casa. El único paso estaba franqueado por una puerta de roble. El coronel mantuvo una comunicación con sus superiores y acordó que era mejor disfrutar de este avance y esperar a que las circunstancias fuesen más propicias para continuar a la siguiente sección.
Esa noche fuimos a dormir temiendo que los locales contraatacasen, a todos nos temblaba el pulso de solo pensarlo. A la mañana siguiente, el coronel estaba preocupado, igual que varios de nosotros, porque, sin habernos dado cuenta, habíamos entrado de lleno en una guerra de trincheras. Los reportes de inteligencia advertían que del otro lado de la puerta el espacio para combatir no abundaba y, progresivamente, nuestra oportunidad de tomar el lugar rápido se disipaba. El coronel ordenó preparar dos líneas de defensa frente a la puerta de roble para ganar tiempo en caso de contraataque, y dispusimos el resto de nuestros recursos para preparar las condiciones del futuro avance.
Debo admitir que fueron días muy arduos, organizamos escuadrones de infiltración, y desplegamos una red de micrófonos para tomar sonidos del territorio hostil. En un principio me opuse a tal gasto de energía por considerar que los locales ya estarían al tanto de estas técnicas y hablarían en código o nos darían datos falsos para confundirnos. Pero el objetivo de aquella tarea era otro, y aún me arrepiento de haber desconfiado del coronel; la única información que relevaríamos sería la concerniente a la rutina de los locales, solo así seríamos capaces de percibir las potenciales grietas en su sistema de guardias.
Casi cuatro semanas después el coronel decidió que habíamos recobrado suficiente información, si bien eso era cierto, entiendo que la decisión del coronel fue apresurada porque la moral de los hombres estaba en baja y requería un golpe de efecto. La guerra de trincheras es algo muy desgastarte y lo único capaz de evitar una posible revuelta era terminar todo lo más rápido posible. Según la información, a la noche comenzaban a cesar las rondas de vigilancia, pero no lo suficiente como para temer una trampa.

A las 21000 forzamos sigilosamente la puerta y, con más nervios que nunca, cruzamos el umbral. No recuerdo si fue el cabo Jenkins o el sargento Monroe quién delató nuestra presencia cuando, traicionado por su impaciencia, tumbó, sin desearlo, una silla con su fusil. Inmediatamente, preparados para lo peor, nos apostamos para la batalla. Pasaron los minutos y la espera se hacía cada vez más tensa; no podíamos avanzar sin correr el riesgo de caer en una emboscada, pero tampoco podíamos retroceder solo por temerla. Adelante nuestro, en el corazón del territorio hostil, se escuchaban ruidos; algunos apresurados, pero cada vez más sordos y lejanos. Finalmente quedamos en silencio. Confieso que ese fue el peor silencio de mi vida, cada segundo parecía una hora. En un repudiable acto de irresponsabilidad, con los nervios hechos añicos, el cabo Brown, se lanzó al ataque, dispuesto a sacrificarse solo para ahorrarnos a los demás ese destino. Pero no encontró resistencia, no pasó nada, poco a poco fue calmándose. Algunos hombres le siguieron, otros temíamos caer en una trampa infantil, pero no fue así. Finalmente el perímetro fue asegurado, la casa había sido tomada.

lunes, 10 de febrero de 2014