lunes, 23 de junio de 2008

No News

Aca ando, estudiando, y estudiando, y estudiando...
No tengo mucho màs para agregar.
¿Alguien se acuerda como se llamaba el malo de los Halcones Galácticos?
El que decía: Luna de Tenebria, dame la fuerza, el poder, la facultad, de ser, INVENCIBLE" mientras se transformaba en un mosntruo grandote, pero el pobre perdía siempre. Ya no hay justicia

jueves, 19 de junio de 2008

La tarjetita del manco

El amor no es lo que queremos sentir, sino lo que sentimos sin querer.
Quisiera acordarme de esto siempre, muchas veces me olvido y busco forzar las cosas.
Ahora, al margén de las cursilerías, ¿No es increible las cosas que se encuentran leyendo las estampitas que te dejan los que piden limosnas en el tren...?

jueves, 5 de junio de 2008

¡Ojo con ese rompecabezas!

Todo empezó poco después de que nos habïamos mudado. Dejar la ciudad no había sido fácil y acostumbrarse a la vida en el campo tampoco. Pero entre la melancolía de todo lo dejado atrás y la excitación por lo nuevo, no nos dimos cuenta. Al principio pensábamos que el olor venía con la chacra y que, viviendo ahí, a la larga se iría. Éramos ciegos a lo evidente. Tendríamos que habernos dado cuenta cuando el pie de la lámpara empezó a decaer, estaba más pálido que de costumbre y su característico aroma a queso fontina se agriaba de a poco. Era una pena, los chicos extrañaban los tiros libres que eran su especialidad cuando jugaban a la pelota. Pero eso había sido en la ciudad, donde tenían que jugar en el living porque la calle era peligrosa. A veces te prepoteaba, casi siempre estaba con cara de mala, entre los vecinos se decía que andaba en algo raro. Por suerte en el campo no existen las calles peligrosas, salvo la ruta, pero esa es otra historia. Desde que habíamos llegado a la chacra, las patas de la mesa se habían puesto como locas, estaban llenas de energía. El contacto con lo agreste parecía haberlas despertado de un sueño profundo y las cenas en familia se habían vuelto una epopeya. Por todo eso tardamos en darnos cuenta de que el pie de la lámpara estaba mal. Le faltaban las fuerzas, le tomamos la presión y estaba bajísima, pobre. Ahí empezó el debate ¿A quién llamar? ¿A un médico? ¿A un electricista? Los chicos que se pusieron a llorar porque el pié estaba enfermo... En fin, un lío todo. Al final, lo único que conseguimos fue un veterinario, más para ver que era lo que se podía hacer que otra cosa. Llegó a la nochecita, un hombre cincuentón que daba tranquilidad con solo mirarlo. Los chicos que se la guardaron apretujándola en los bolsillos. Doctor Herrera dijo que se llamaba. Ahí nomás los chicos se calmaron un poco y me los llevé para otro lado para que lo dejasen trabajar tranquilo. Mi marido se quedó cerca por las dudas y yo cada tanto me hacía la distraída y dejaba a los chicos para pispear que pasaba. La cosa era así, el pie de la lámpara tenía gangrena y no quedaba más remedio que sacrificarlo. No nos dimos cuenta, pero le fallaba la irrigación hacía un tiempo. Claro, porque estábamos en el campo, y, para que le circule la sangre necesitaba estar cerca del corazón de la ciudad, si no la sangre no le llegaba. Le dijimos a los chicos que se despidieran del pie porque había que llevarlo muy lejos para que se mejore. Es increíble la fuerza que mostraron, las lágrimas se les salían de los ojos al despedirse, pero nada che. Se la bancaron como dos hombrecitos. Por el rabillo del ojo vi como Jorge buscaba su rompecabezas. También vi al doctor Herrera que le decía que no hacía falta, que como buen veterinario tenía todo lo necesario para un sacrificio piadoso.
Pasó el tiempo y a los chicos se les pasó, salvo un poco a Marcos, el mayor. Si bien el olor en la casa había disminuído, no se había ido del todo. ¡Mirá que ventilamos eh! Una mañana me encontré a mi marido en la cocina con cara de preocupado, tenía la caja con las cosas de costura en las manos, el olor era terrible. Sin que me dijese nada entendí. ¡Nos habíamos olvidado de desembalar la cabeza del alfiler!