lunes, 5 de marzo de 2012

¿Nos vemos a la vuelta.

Mientras viajaba en el colectivo leyendo un grueso libro, Juan pensaba en revisar su buzón apenas llegase a su casa. "¿Nos vemos a la vuelta.", leyó, y la falta del signo que cerrara la interrogación le pareció a Juan no un descuido, sino una rendija en una puerta que no quería cerrarse.
Hubo una vez una carta para un hombre llamado Juan, que soñaba con viajar -la carta, por supuesto-. La caligrafía era cuidada, de letras pequeñas y redondeadas, lo que daba a suponer que la autora de la carta infame era una mujer. Entonces dejó caer el sobre en un rincón y enfrentó la última puerta de aquel pasillo gris sin querer mirar
No tuvo otra opción mas que tragar saliva y anudar su estómago lleno de furia ya que a pesar de su diminuta estatura el enano era mucho mejor peleador que él: con el enano Alejandro siempre habían sido como hermanos, y fue por eso que le sorprendió encontrarlo con su novia en pleno acto de traición.
Alejandro sonrió, la levantó por los talones desnudos con sus gruesas y curtidas y olorosas manos de leñador, como lo había hecho tantas veces en el crepúsculo del día y en el de la noche, la hizo girar como una pelota sobre la palma de su mano derecha con la gracia de un jugador de baloncesto de los Harlem Globetrotters, mientras le daba impulso suavemente con la izquierda, y ella giraba y giraba y hacía equilibrio apoyando sólo un dedo gordo y estirando los brazos a los lados como Kate Winslet en la proa del Titanic, y reía primero con los labios apretados, después con risitas contagiosas, y al final soltaba unas risotadas profundas que le helaron su propia sangre y le hicieron pensar, justo antes de que Alejandro la arrojara bocarriba sobre la cama, en los mismos silbos anaranjados y en los mismos globos invisibles en los que pensó Amaranta Úrsula, en las páginas de Cien años de soledad, antes de que le salieran los chillidos de gata que le estaban desgarrando las entrañas. Entonces le dijo despacio al oído, con voz pervertida: nos vemos en sueños.
Ducha rápida, sin canto y sin shampoo... le quedó un poco de jabón en el pelo que usó para peinarse. Miró al enano sentado en el sillón del cuarto de huéspedes, ambos se despidieron con la mirada, ya no había nada más para decirse luego de aquella noche apasionada. Apagó la luz, salieron, y cerró la puerta con llave sabiendo que su hogar ya no estaría ahí nunca más.
Camino de la estación se preguntó, si era eso lo que realmente quería, poner distancia entre su obsesión y él. No estaba seguro de si era una simple huida, ante el compromiso que no deseaba atender, o simplemente la búsqueda de la libertad en otra estación. Allí estaba ella, con aquel vestido que se pegaba a su cuerpo como un tatuaje.
- Me quedan bien estas botas - dijo con voz de niña maldita, quizás preguntó. Sólo un comentario...
Le dio asco notar que aquél era el cigarrillo más triste de su vida. Unos minutos antes camino a la estación, tomó la decisión… la iba a dejar. Odiaba ése lugar, las personas y todo lo que había sucedido allí. Hasta ese punto sin retorno había llegado, sin saber cómo ni por qué. No se podía creer que todo se volviera a repetir.
Se despidió de su amante con un beso apasionado. Y sin mirar para atrás, Juan se subió al tren.



3 comentarios:

El Dueño Del blog dijo...

Porque cuando no estoy posteando aquí escribo en otros lados... Les traigo esta bizarreada total. Un cadaver exquisito grupal a la inversa.

Lucas Fulgi dijo...

:D

Pedro Sánchez Negreira dijo...

A mi me ha parecido un experimento con muy buen resultado.

Un saludo,