martes, 6 de septiembre de 2011

Fui Yo-

Como cuando la maestra preguntaba quién se había mandado la macana, levantate y decí: -Fui yo-

Que locura, de un modo u otro a todos nos gusta infringir la ley; a todos nos gusta creer que estamos por encima de alguna regla, de algún mandato o de alguna norma. El problema surge cuando por hacerlo no nos gusta quedar en evidencia. ¡Que infantiles que somos, peleando para no aceptar las consecuencias de nuestros actos! Al fin y al cabo, no hay que ser un doctor en leyes para saber que alguna cosa no se tiene que hacer; y sin embargo, siempre hay alguien que se siente realizado haciéndola; o no hace falta ser sociólogo o filósofo para entender que tal cosa debe hacerse, y nunca falta el que prefiere hacerse el distraído y mirar para otro lado. Excusas habrá siempre, ¿Para que hacerlo si no lo hace nadie? ¿Por que no hacerlo si todos lo hacen?” justificaciones que parecen del sentido común, casi intuitivas. No es casual que apunten a esconder al infractor en el anonimato de la masa sin nombre ni rostro. Todos y nadie, no tienen cara, no los reconocemos por la calle, nadie y todos es ninguno, como otra forma sublimada de no dar la cara. Ni siquiera nos apropiamos de la ruptura legal como una cruzada personal o como estandarte de algo. Nadie lo plantea desde la postura del “Estaré solo en esto pero me la banco porque lo creo”. Ya no quedan paladines ni héroes del desacato. ¡Como nos cuesta hacernos cargo de nuestras mañas! La lógica de cometer cualquier crimen es no quedar en evidencia y que cobardes que nos volvemos en consecuencia. Cuando nos descubren apenas atinamos a defender nuestro falso derecho a no admitir errores, y pretendemos que nadie nos lo diga en la cara.
Que locura es que nos violente que nos digan que no se puede estacionar en doble fila mientras esperamos a que los chicos salgan del cole; o que nos ponga a la defensiva cuando alguien nos dice que no está bien tirar basura en el medio de la vereda habiendo un cesto ahí nomás, como si el envoltorio de una golosina fuese imposible de cargar hasta el tacho de basura de casa.
Que inmaduro resulta que siempre tengamos una respuesta para eximirnos de cumplir lo que predicamos.
Que demente es que agitemos el dedo acusador y no nos demos cuenta de que somos todos un poco culpables.
Cuanta estipidez, que infantiles que somos cuando nos creemos adultos.

1 comentario:

Alejandro, Electric Wizard dijo...

Si, para que nadie dude, sigo viviendo del archivo.