Mas
de un millón de voces sintieron el golpe. Era un cuerpo extraño. Habían
olvidado como defenderse. Las partes más débiles comenzaron a morir.
Él
abrió los ojos.
Las
voces se callaron.
Él
intentó recordar. Su mente, en blanco. Sus sentidos no respondían.
La
noción, detrás de las voces, tomó conciencia del requerimiento del huésped.
La
luz repentina lo cegó. Se cubrió el rostro con ambas manos.
Las
voces lloraron con los movimientos del extraño.
Se
sentó en lo que creyó que era el borde de la cama. Sus ojos no se acostubraban
a la paralizante luz todavía. Mientras tanto, trataba de entender.
El
millón de voces no necesitó sonido para hablar. Ni palabras para presentarse.
Ël se
estremeció. Lo invadía la calidez, la plenitud, la sincera alegría. Vio su vida
de principio a fin. Vio cada detalle, una y mil veces. Aprendió que todo tenía
un sentido.
La
conciencia que existía detrás de las voces sintió como una parte suya había
desaparecido. Supo que era inútil dejar pasar más tiempo.
Sintió
que algo lo llamaba. Era algo que nunca había sentido antes.
¿Cómo
se llamaría eso que sentían? La
conciencia entre las voces entendió que eso era lo que llamaban muerte. Miles se callaban. ¿Cómo se llamaría ese
antes y después? Eso era lo que llamábamos tiempo.
Él
estaba entregado a esa bondad que lo había transportado. Entregaba toda su vida
a eso. Sentía como su vida se repetía. Nacimiento y muerte. Cada vez como algo
más lejano.
Las
voces comenzaron a percibirse unas a otras. Ya no eran un todo. Todavía quedaba
un resto de la noción que antes la unía. Ahí radicaba la única ¿esperanza? Si,
así lo llamaban los antiguos.
El
bienestar que había sentido se disipaba. Detrás de esa cortina quedaban
millones de voces que se desangraban con cada latido que su corazón daba.
Las
voces disminuían. Muy pocas se descubrieron lo suficientemente fuertes como
para resistir una presencia. Pero había algo que las unía. Había un motivo para
que la noción no desaparezca.
El
brillo a su alrededor disminuyó lo suficiente para dejarlo abrir los ojos. Se
vio sentado en la nada. La luz que lo había cegado se marchitaba.
La
noción volvió a sentir lo que desde hacía mucho no sentía. Recordó lo que había
olvidado junto al cuerpo. Y comprendió lo que necesitaba para seguir su viaje.
Antes de que sus fuerzas la abandonen, la invadió la culpa y supo que debía dar una explicación al recién llegado.
Mientras
la luz moría a su alrededor, un solo destello permaneció indemne. Estaba
delante suyo.
Sintió
que el destello crecía. La luz lo invadió. El bienestar lo hizo caer.
Se
descubrió en la cama. Trató de correr una sabana para taparse cuando recordó lo
que había soñado. Sin abrir los ojos se dejó llevar por esa sensación que
todavía perduraba.
Trató
de recordar su sueño y se encontró con algo nuevo. Algo con lo que no había
soñado, pero que había reemplazado a todo lo anterior.
Vio
miles, millones de personas que decidieron vivir felices. Vio como estas eran
cada vez más. Supo que el bienestar era tanto que se dejó de medir el tiempo. Y
después el amor que todos sentían por la vida fue tal que ya no fue necesario
un cuerpo. Todas esas almas se unieron y supieron que esa era su forma
original. Pero en la carrera por seguir avanzando habían olvidado quienes eran.
Para poder dar un paso adelante, era necesario volver a recordar lo que se
sentía antes. Tenían que tener plena conciencia del camino recorrido para no
repetirlo.
Cuando
se levantó esa mañana, supo que había tenido un sueño inolvidable. Había soñado
con el próximo paso de la humanidad.
Pero
había olvidado que la humanidad lo había elegido a él para darlo.
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