Mariana estaba contrariada, trataba de desayunar pero algo le oprimía el pecho. Se sentía rara, no sabía como explicarlo, pero sentía que algo se movía dentro suyo. Se decía a si misma que no estaba tan loca como para tener un embarazo psicológico, porque acción no había tenido en un rato largo y el período seguía fichando tarjeta con puntualidad.
Esa mañana al abrir los ojos sintió un regusto extraño que le inundaba la boca, como cenizas, con un dejo metálico. Ahora lo recordaba, había soñado que se sacaba una pelusa del ombligo y la sostenía entre sus dedos para verla bien, era amarilla y crecía. Pronto ocupó su mano, y poco después necesitó de las dos para sostenerla. Al poco tiempo sus brazos no resistieron y la soltó, porque no paraba de crecer y le llegaba casi a las rodillas. Mariana retrocedió unos pasos para darle espacio a la creciente pelusa, que se expandía sin control. Había alcanzado el tamaño de un auto pequeño cuando de su centro surgieron dos ojos verdes que la miraron, le pelusa entonces se volvió azul. Mariana estaba extasiada frente a ese par de ojos que la miraban desde esa pelusa azul que tenía el tamaño de una casa y seguía creciendo. Por debajo del lugar donde estaban ubicados sus ojos, la pelusa esbozó una sonrisa. Mariana despertó agitada y transpirada. Entonces sintió aquel extraño gusto en la boca y como era un poco hipocondríaca decidió sepultar el tema conversando consigo misma sobre la extrañeza del sueño que había tenido. Mientras preparaba su ducha matutina una canción que creía haber olvidado se instaló en su mente y no pudo dejar de tararearla durante todo el ritual mañanero. Era una canción que le cantaba su abuela, hablaba sobre la vida en el campo y la llegada de la primavera como si se tratara de la entrada al mundo de los adultos. El invierno era la calidez del hogar maternal y la llegada de la primavera, la partida. Mientras trataba de recordar uno de los versos bajo el agua tibia de la ducha sintió por primera vez aquella extraña sensación dentro suyo, poco después tosió algo parecido a un trozo de cáscara de huevo.
El desayuno la encontró nerviosa, preparando una jarra de café sin nadie que le hiciera compañía, y con la creciente sensación de que algo anidaba dentro de si. Prendió la hornalla y llenó la pava de agua cuando algo se movió dentro suyo a la altura de sus pulmones. En ese momento a Mariana se le aflojaron las piernas y estuvo a punto de soltar la pava cargada, pero logró recomponerse y apoyarla en el fuego. Llamó al trabajo para avisar que faltaría, y contuvo una arcada mientras su jefa le decía que descansase, que se recompusiera para el día siguiente y que le mandaba al médico laboral para que revisase que todo estuviese en orden. Mariana cortó la comunicación abruptamente para que su jefa no la escuchase vomitar. De rodillas en el frío piso de cerámica beige, con su cuerpo bloqueado por la nausea y los brazos intentado contener el movimiento que bajo su pecho le hacía las cosquillas que le revolvían las tripas. Sintió un reflujo subir por su garganta y se preparó para que el vómito la salpicase lo menos posible, pero en su lugar de su garganta salió un repugnante mezcla de bilis, alvéolos y pequeñas plumas amarillas. Consternada pasó un trapo rejilla por sobre la asquerosa mezcla para limpiarla y puso los granos molidos de café en el filtro, luego limpiaría los restos que habían quedado entre las uniones de la cerámica. Comenzó a echarle el agua caliente cuando el movimiento dentro de sus pulmones volvió a asaltarla. Una cosquilla al principio, pero creciendo en intensidad. Durante un momento las cosquillas fueron tan fuertes que Mariana estuvo a punto de soltar una carcajada. Nuevamente sintió nauseas y se le aflojaron las piernas, pero esta vez alcanzó a sentarse en una silla. Pero no se mantuvo demasiado tiempo sentada ya que las nauseas, las cosquillas el dolor y la angustia lograron que se desplome en el piso de cerámica, al lado de la mesada. Sintió arcadas cada vez mas fuertes, los vómitos eran el preludio de algo mayor que estaba por llegar. Aquello en sus pulmones se preparaba para salir. Mariana sentía como la desgarraba por dentro. Al poco tiempo vomitó como nunca antes lo había hecho en su vida, ni siquiera en el corolario de sus peores borracheras de adolescente que quiere crecer prematuramente había lanzado tanto y con tanta fuerza. Por un instante incluso se desvaneció, la despertó el sonido de la cafetera indicando que el café estaba listo. Frente suyo algo parecido a una almohada enorme emplumada parecía respirar. Mareada y un poco débil, sin dejar de mirar aquello que su cuerpo había expulsado, Mariana se puso de pie. No sabía que hacer con esa cosa. Antes de que se llegase a ocurrir nada una cabeza salió de esa cosa en frente suyo y comenzó a elevarse unida a un cuello cada vez mas largo escrutando los alrededores. Se cruzaron las miradas de mariana y esa cosa y entonces por debajo de esta última surgieron dos patas flacas y nudosas. Una vez de pie Mariana reconoció al avestruz que se encontraba delante suyo. Entonces sirvió dos tazas de café, preparó la mesa y lo invitó a acompañarla para charlar un rato.